lunes, 23 de enero de 2012

Oración JMJ-mes de diciembre

Escuchad de verdad las palabras del Señor para que sean en vosotros “espíritu y vida” (Benedicto XVI, en el Discurso de Acogida en Cibeles)

El Papa vino este verano para decirnos a algunos de nosotros y recordarnos a otros, que Jesús es el Camino, La Verdad y La Vida. Nos animó a encontrarnos con el Cristo Amigo y así radicarnos en su persona, es decir, ser sus seguidores y por tanto, sus testigos. Al reunirse tantos jóvenes nos dimos cuenta de que no estábamos solos en la realización de estas tareas. Somos millones de personas los que queremos y hacemos esto diariamente. No es fácil hacerlo, pero el Papa también nos dijo esto: No os avergoncéis del Señor; que nada ni nadie os quite la Paz.
¿Qué hay que hacer? Leer las palabras del Evangelio, acogerlas y ponerlas en práctica. La palabra de Jesús no es solo para entretener. Son palabras que debemos llevar a nuestro corazón para que se arraiguen en él y permanezcan en nosotros toda la vida. Si solo la escuchamos y no hacemos nada más, se convierten en palabras vacías que se lleva el viento. De esta manera, Cristo será algo lejano para nosotros y no nos acercaremos a él. Si sus palabras fraguan en nuestro corazón, comenzaremos a vivir una vida que merece la pena vivir y que ni siquiera la muerte podrá destruir.

Mateo 7, 21-27
Dijo Jesús a sus discípulos: No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos, sino el que cumpla la voluntad de mi Padre que está en el cielo. Aquel día, muchos dirán: “Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en tu nombre y en tu nombre echado demonios y no hemos hecho en tu nombre muchos milagros”? Yo entonces les declararé: “Nunca os he conocido. Alejaos de mí, malvados”. El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca. El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se hundió totalmente.



Un joven llegó a un lugar. Este joven presumía de tener el mejor corazón de todos. Un día lo enseñó y la gente quedó asombrada. Era un corazón perfecto, sin manchas, radiante. Sin embargo, un señor mayor de aquel lugar alzó la voz y dijo: “Bah, eso no tiene nada de maravilloso; mi corazón es mejor que ese”. La gente le pidió que lo enseñara y cuando lo hizo todos vieron un corazón lleno de cicatrices, había huecos vacíos y en otros lugares, parecía haber trozos pegados que no correspondían al corazón del viejo. El joven le contestó: “¿Este corazón es mejor que el mío? Si le faltan trozos, se ven cicatrices, tiene trozos pegados … ¿Cómo vas a comparar este corazón con el mío?”. El viejo le contestó que cada cicatriz de su corazón se correspondía con una persona a la que había amado; que le faltaban trozos porque a veces, le había dado un trozo de su corazón a personas que lo necesitaban y esto le hacía sentir feliz; los trozos pegados eran de personas que le habían dado a él un trozo que necesitaba y que le proporcionaba consuelo. El corazón del hombre viejo, pese a ese estado, poseía mayor brillo que el del joven. Este corazón hacía que el viejo fuese mejor persona, más feliz y más querido por los demás. El joven, que veía que a su corazón le faltaba ese brillo, arrancó un trozo de su corazón y lo puso en uno de los huecos del corazón del hombre viejo. A su vez, el hombre viejo arrancó un trozo del suyo y trató de tapar el hueco que había quedado en el corazón del joven. Y su corazón comenzó a brillar más que antes.